Una nueva rutina

Una de las habilidades del ser humano es su capacidad de adaptación a nuevos territorios. Lo que al principio se antoja inhóspito y complicado acaba convirtiéndose, con el paso del tiempo, en la cómoda rutina de todos los días. En ocasiones este nuevo hábitat poco o nada tiene que ver con el anterior, con lo que la hazaña de su nuevo inquilino es digna de elogio; otras veces, sin embargo, el nuevo territorio tiene de novedad apenas unos pocos pequeños detalles, pero son detalles a los que, al fin y al cabo, hay que acostumbrarse. Ése es mi caso.

Casi tres meses después de haber cruzado el Negrón -temido túnel- para instalarme definitivamente a este lado de las montañas, puedo afirmar que me he adaptado bastante bien a la vida asturiana. Me explico:

- Si antes, en Valladolid, me gustaba dedicar una noche de la semana para irme de pinchos, ahora me voy de sidras. De ellas y de las riquísimas raciones que las acompañan...

- Si antes, en Valladolid, sólo sabía lo que era un paragüas un par de días al año, ahora es el inquilino permanente de mi bolso, junto a la cartera y las llaves de casa.

- Si antes, en Valladolid, compraba la ropa según lo mucho que me gustara y el precio que tuviera, ahora me fijo también en la impermeabilidad de las telas.

- Si antes, en Valladolid, mis oídos ya no sangraban cuando oía que alguien "la dijo algo", ahora no le hacen ascos al "nunca la vi"... Con el cariño que le tenía al pretérito perfecto compuesto.

- Si antes, en Valladolid, presumía de ser 'vecina' de Concha Velasco, Patricia Conde y los Celtas Cortos, ahora me llena de orgullo hablar de Villa, Fernando Alonso o incluso la princesa Letizia.

- Si antes, en Valladolid, presumía de los castillos que me rodeaban, ahora me quedo sin palabras para expresar la belleza de montes y playas...

Eso sí, una cosa no ha cambiado, mi adicción a bloguear, aunque quehaceres varios le resten tiempo, sigue intacta...