Una de las habilidades del ser humano es su capacidad de adaptación a nuevos territorios. Lo que al principio se antoja inhóspito y complicado acaba convirtiéndose, con el paso del tiempo, en la cómoda rutina de todos los días. En ocasiones este nuevo hábitat poco o nada tiene que ver con el anterior, con lo que la hazaña de su nuevo inquilino es digna de elogio; otras veces, sin embargo, el nuevo territorio tiene de novedad apenas unos pocos pequeños detalles, pero son detalles a los que, al fin y al cabo, hay que acostumbrarse. Ése es mi caso.